De otros autores (Hoy, @Mr_Bugman)

0

El «ignoto tuitero» Mr. Bugman publicó en su página de Facebook un gran texto sobre el 12 de octubre. Con su autorización, lo publicamos textualmente.

«Se conmemora el 12 de octubre el día en que la tradición aceptada indica que Rodrigo de Triana, marinero de la tripulación de Cristóbal Colón, avistó las costas de Bahamas y con comprensible alegría gritó «¡tierra!».

No se hallaba entre las expectativas de Rodrigo pasar a la posteridad ni ser parte de la primera expedición (aunque es probable que los noruegos, que en esa época eran vikingos, hubieran llegado primero, y no me extrañaría, los noruegos siempre están un paso adelante) a un nuevo continente. Apenas querría el humilde tripulante estirar las piernas, comer algo que no le causara escorbuto y dormir sin tener que inhalar las ventosidades de sus compañeros.

El problema fue que cuando Don Cristóbal puso un pie en América (que para él eran la Indias, que así llamaban en esa epoca al lejano oriente, porque no llevaban GPS) aquí ya había gente. Y en vez de decir «Oh, disculpen, no sabíamos que este continente estaba ocupado» y marcharse a su casa, previo intercambio de tarjetas de negocios, direcciones de correo electrónico y la promesa de coordinar una reunión de trabajo con los nativos, se quedaron.

Quién podría culparlos: buen clima, mujeres desnudas, frutas exóticas, y por lo menos al principio, indígenas que no tenían intenciones de comérselos en el desayuno. Vamos, ahora mismo hay personas que pagan pequeñas fortunas para visitar el Caribe por unos poco días.

El acontecimiento fue verdaderamente único, dos culturas que habían evolucionado en forma completamente separada de pronto se encontraron, y no tardaron en chocar. El resultado fue claramente desfavorable para los locales.

Es que luego de Colón vendrían otros aventureros a conquistar el territorio, gentes rudas y con pocas pulgas que en su Europa natal no tenían un futuro muy halagueño, y llegaban a estas latitudes con la idea de hacerse ricos gracias a los fabulosos tesoros que contenían. Muchos lo lograron, otros muchos murieron en el intento.

Los europeos guerrearon con los americanos y les ganaron. Impusieron con violencia su forma de vida, su religión, sus valores y costumbres. La cultura más poderosa y más avanzada tecnológicamente prevaleció.
Estos son los hechos.

Ahora bien, la corriente de pensamiento buenista y polítícamente correcta de estos tiempos, merced a la tara mental congénita (o tal vez perversidad manifiesta) de revisar los acontecimientos del pasado a la luz de las categorías morales modernas, ha dado en calificar esta etapa de la historia como un espeluznante crimen.

Exigen reparaciones históricas por las crueldades que indudablemente cometieron los conquistadores, reivindicaciones de las virtudes de los llamados «pueblos originarios» (por alguna razón la palabra «aborígenes» o «nativos» no les alcanza para referirse a quienes estaban aquí antes que los europeos), y si los apuran un poco, la devolución del oro y la plata que se llevaron de aquí.

Se horrorizan de la brutalidad de los españoles (no tanto de la de los portugueses que eran más inclinados al comercio) y sostienen que las culturas europea y americana precolombina eran equivalentes, por lo cual poner una sobre la otra fue una injusticia colosal.

Bueno, almas nobles, les tengo una noticia : el mundo no es justo. La Historia está llena de conquistas, incluso los «pueblos originarios» sometieron a sus vecinos sin respetar sus «derechos ancestrales». Y los combatieron y les ganaron y para celebrar las victorias agarraron alguno que otro prisionero y le sacaron el corazón con sus tumis de obsidiana y lo arrojaron por las escalinatas de algún templo.

Tampoco me conmueve su candorosa indignación cuando dicen que los españoles intercambiaron «oro por espejitos de colores». Verán, queridos progres, el oro y la plata eran para los aborígenes metales bonitos y utilitarios. Su maleabilidad y su brillo los hacían aptos para el ornato y la artesanía (y vaya si hicieron piezas bellas aquellos muchachos), aunque no para hacer corazas o espadas. Tenían pues, esos metales un valor relativo, nunca comparable al que tenía para los conquistadores. El valor asignado a algo parte de una convención, y estos dos colectivos no compartían ninguna.

En cambio, un espejo era algo jamás visto en América. Probablemente se le concedieran poderes mágicos, algo relacionado con poseer el reflejo, vaya usted a saber, pero indudablemente se convirtió en algo muy valioso. En términos comerciales, entonces, los americanos entregaron algo relativamente valioso (oro y plata) y obtuvieron algo raro y precioso (espejos). Desde un punto de vista americanista precolombino, salieron ganando. Para decir que fueron estafados hay que adoptar un punto de vista europeísta. Lo cual constituye una obvia contradicción en el razonamiento de quienes cuestionan todo el concepto de descubrimiento por considerarlo eurocéntrico.
Pero ya estamos acostumbrados a las contradicciones del pensamiento blando.

Por supuesto que la conquista fue cruel y violenta, llevada a cabo en gran parte por una soldadesca de la peor calaña dirigida por comandantes no mucho mejores. Claro que la evangelización de los nativos se hizo a punta de espada. Es verdad que muchos murieron por el maltrato y las enfermedades. Y sí, hubiera sido muy bonito que los pueblos se hubieran hermanado en un canto de paz y amor y sus culturas se hubieran fusionado respetando las diferencias, y todo eso.

Pero no sucedió así, lo sentimos mucho, así no funcionan el mundo, la humanidad, las personas, los países, los intereses y las ambiciones.

Debido a todo esto, mal que les pese a las almas sensibles, yo me niego a recordar este día como se ha rebautizado ahora, de acuerdo con la costumbre que tienen de cambiarle el nombre con la esperanza de cambiarle también el sentido a las cosas que les incomodan.

No señores, yo no festejo el Día del Respeto a la Diversidad Cultural.

Para todos los demás, feliz Dia de la Raza.»