El duelo descarnado

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El arte de vivir contrariados nos sumerge aún más en contradicciones irresolubles. Nos tiñe. Nos anula. Nos hace parecer inmersos en una realidad que se vuelve adversa.

En la puja por dirimir esa lucha, a la que muchas veces adherimos involuntariamente, la confusión parece abarcar más del espacio estimado para ella. Agota los intersticios claros, los espacios de reflexión, de análisis; ahoga cualquier indicio de origen del pensamiento racional.

Hasta que, de momento, logra fluir  por acciones frecuentemente desconocidas, y por un debate a duelo -muchas veces silencioso y descarnado-, la honda conclusión de que los seres nos sometemos a acciones externas y a decisiones que no avalamos, ni adherimos, ni racionalizamos.

Finalmente, podemos pensarlo como problema. Entenderlo. Someterlo a infinitos cuestionamientos, y evitar que tome el mando de las ideas. Ser único ante él. Desviarlo. Someterlo. Agotarlo.

Renace al fin la claridad en el pensamiento. Y el hombre vuelve a ser uno.