Prostitución educativa

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El título es provocativo. Pero descuide, señora/señor, pues no hallará en esta nota ninguna categoría que linde con lo pornográfico. Se trata sólo de una metáfora que viene a reflejar la situación laboral y universitaria de la sociedad argentina actual. Más específicamente, este concepto servirá para ejemplificar la relación causal aristotélica que existe entre la elección de una carrera universitaria y su demanda en el presente mercado profesional. Mediante la consideración de variables sociales y culturales, se apelará a su respuesta como lector, invitándole a responder: ¿qué preferiría estudiar: Finanzas o Filosofía?

Antes de entrar de lleno en el análisis, se debe responder a una cuestión fundamental: ¿por qué hablamos de una “prostitución”? Sin ahondar en detalles, se entiende a esta actividad como la oferta del cuerpo a cambio de dinero. Oficio inmemorial y bíblico como pocos, la prostitución se ejerce desde la clandestinidad, ocultada siempre por la pacatería social, cultural y religiosa. Ahora bien, ¿por qué asociamos el meretricio con la noble actividad académica? He aquí la respuesta: transitar una carrera universitaria se ha convertido en los últimos años, en una prostitución.

Al hablar de prostitución, se debe tener especial cuidado de no caer en el facilismo de pensar a los universitarios como cortesanos. No se busca ofender a nadie con la caracterización, más todo lo contrario, el planteo que se hace es mucho menos banal: el boom de las carreras profesionalistas está en la cresta de la ola de la actual población estudiantil argentina y su tendencia pareciera no revertirse. Cada vez son más los jóvenes que se vuelcan al estudio de disciplinas como la Contabilidad y el Derecho, en detrimento de las carreras sociales y humanísticas. No porque exista en las primeras algún tipo de elitismo ilustrado, ni mucho menos, sino simplemente porque es lo que el mercado mayormente necesita. Desde ya que esta categorización excluye a quienes profesan algún tipo de “vocación cuervista”, -y si tal cosa existiese, que Dios nos ampare- puesto que sólo se alude aquí a aquellos que lo hacen por la suculenta ganancia monetaria.

No obstante, si se tomara al mercado como único factor responsable del fenómeno discutido, el análisis resultaría escueto. Existen además otras variables propias y externas al sujeto que influyen fuertemente en esta tendencia, a saber: las presiones familiares, el status social y el miedo al desempleo; razones considerablemente tentadoras que han logrado corromper a más de la mitad de nuestros jóvenes aspirantes a obtener un título de alguna casa de estudios superiores.

No es el propósito de esta nota abrumar al lector con cifras, puesto que no es un comentario; pero sí debe dejarse en claro que tampoco se está haciendo opinología, pues la hipótesis surge de la observación-participante de una egresada del por demás concurrido Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires.

Y la impresión, no sólo es aberrante, sino que además se convierte en el argumento fuerte de nuestra hipótesis: un alto porcentaje del estudiantado se ha prostituido; ha entregado su cuerpo y su esfuerzo a cambio de la retribución social y económica que el mercado le garantizará a posteriori; ha vendido su tiempo a cambio de aprender y reproducir mecanismos que serán casi siempre funcionales a terceros; pero principalmente, ha resignado voluntariamente a sacar provecho de lo más hermoso que provee la Universidad como institución, y esto es: la facultad de “pensar por sí mismos”, de elaborar las teorías de pensamiento individuales que serán nuestra mejor arma ideológica en la lucha cultural.

Aunque este escrito tenga tintes fatalistas, la conclusión no es del todo negativa. Su redactora se aparta orgullosamente de las filas de aquellos que consideran a la formación superior únicamente como el medio para obtener un fin, y augura por que la brecha que compone la resistencia se expanda aún más en los años venideros. Y si todavía considerás que todo tiene un precio, ¿cuánto cobrás por alquilar tu cerebro?