12 de julio: recordando a Juana Azurduy

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«Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”. S. Bolívar.

Un día como hoy pero de 1780, nacía quien fuera la notable patriota altoperuana que se unió a las luchas emancipadoras participando de la revolución de Chuquisaca, acompañó a su esposo Manuel Padilla en la dirección de la Republiqueta de Laguna y lo reemplazó luego de su muerte poniéndose al frente de esa guerrilla en defensa de su país.

Azurduy participó de los combates que libró el Ejército del Norte conducido por Manuel Belgrano y más tarde se sumó a las filas de Martín Miguel de Güemes. En 1821, a la muerte de Güemes y sin haciendas ni tierras, que le habían sido incautadas por los realistas, se vio reducida a la mayor pobreza.

En esas condiciones, la encontró Bolívar en 1825, quien al ver su paupérrima forma de vida la ascendió al grado de coronel, le otorgó una pensión y, avergonzado, le comentó a Sucre: “Este país no debería llamarse Bolivia en mi homenaje, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”.

La figura de Juana Azurduy, merecidamente puede ser interpretada como un símbolo de la integración sudamericana, de la patria grande soñada por Simón Bolívar. Fue, justamente, Bolívar quien la reconoció como la Libertadora de América y le concedió una pensión vitalicia, que el flamante gobierno de la flamante Bolivia, que ella con su lucha ayudó a independizar, tuvo a bien dejar de lado al poco tiempo.

Azurduy estaba acostumbrada a semejantes desreconocimientos.  Se había entregado incondicionalmente a la causa respondiendo a sus propios ideales de libertad y de justicia, acompañada en sus combates por sus cuatro hijos, a los que llevaba consigo y a los que perdió cuando contrajeron diferentes enfermedades. Hasta que años después, la vida la premiaría con el nacimiento de su quinta hija, Luisa.   Obtuvo resonados triunfos y, después, el olvido.

Siendo una guerrera de renombre en las llamadas Guerras de las Republiquetas, nunca pudo tener un ejército de criollos bajo su mando. Sólo indios, sobre todo los hombres que le entregaba su amigo, el cacique chiriguano Cumbai. Peleaban con lo que tenían a mano: piedras chicas y grandes, las armas que secuestraban durante las batallas, las que luego perdían en las requisas porteñas. parque. Pero tenía un único caudal a su favor: la sabiduría del monte.

Finalmente, una perfecta síntesis sobre una de sus últimas hazañas para recuperar los restos de su marido Manuel Padilla, muerto en combate:

«Corre 1816. La cabeza de Manuel Asencio Padilla está en la picota en el pueblo de La Laguna, para escarnio y escarmiento de los insurrectos. Meses le lleva a Juana Azurduy lograr su cometido, pero finalmente, con un puñado de sus Leales y con muchos hombres enfurecidos que se le van uniendo en el camino, entra a sangre y fuego en La Laguna y rescata esa cabeza amada, ya el puro hueso. Como nueva Antígona, la lleva con unción a la pequeña iglesia donde se le brindan los honores fúnebres tan merecidos. Después ya nada será igual para doña Juana Azurduy de Padilla, que habría de morir en el mayor anonimato el 25 de mayo de 1862, cuando todos en Chuquisaca, ya Sucre, festejaban la independencia olvidando a quien se había jugado de lleno por ella.

(Juana Valenzuela; La Nación; 2009)

Juana Azurduy murió en Jujuy, Argentina, a los ochenta y dos años, en la más completa miseria: su funeral costó un peso y fue enterrada en una fosa común. Sólo póstumamente se le reconocerían el valor y servicios prestados al país.