Cataluña pone a prueba la fortaleza del Estado

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El desafío de los responsables políticos de Cataluña ha provocado la mayor crisis de España como país desde la Transición. El reto al que se enfrenta el Estado no tiene precedentes en las últimas cuatro décadas. El presidente del Gobierno se comprometió a impedir el referéndum, pero nadie es capaz de prever lo que va a ocurrir hoy ni mucho menos las consecuencias que puede tener.

Hace poco le preguntaron a Mariano Rajoy por esos muchos catalanes que quieren ser independientes al margen de la ley. Y contestó con una conversación que mantuvo en Zaragoza hace años con alguien que se oponía al trasvase del Ebro y que le dijo: «Esto no es una cosa de leyes, sino de sentimientos».

Rajoy le respondió: «Oiga, si es cuestión de sentimientos, yo también tengo los míos». No hace falta echarle mucha imaginación para saber que los sentimientos del presidente del Gobierno ante el 1-O oscilan entre la perplejidad, la incredulidad, el desconcierto, el asombro y el desasosiego. Su voluntad de responder con firmeza y aplicar las leyes -«haré todo lo necesario sin renunciar a nada»- contra el desafío secesionista, no es incompatible con la sensación de estar viviendo dentro de una auténtica pesadilla.

En su mentalidad de alto funcionario del Estado y de líder que huye de la confrontación, nunca pudo imaginar hasta qué punto llegaría la rebelión -sedición, en términos jurídicos- de las instituciones de autogobierno catalanas, que exhiben con orgullo su voluntad de desobedecer las leyes y los fundamentos de la democracia representativa.