Contrariamente a lo que dicen ciertas voces que reivindican la polarización entre el macrismo y el peronismo, lo mejor del acto de la CGT ocurrió al final.
Hoy fue uno de esos días donde ni los medios ni la clase política pueden ocultar la realidad. Una gran demostración del poder de concentración que tiene la nefasta CGT se vio empañada nuevamente por la incapacidad y la tibieza de sus dirigentes.
Un acto paupérrimo, con tres oradores ineficientes que no fueron capaces de hilvanar una sola idea novedosa. Críticas ya conocidas al gobierno de turno -que cualquier vedette con dos dedos de frente puede hacer vía Twitter- mientras una multitud cantaba al unísono por una medida de fuerza que es prometida desde el día uno de este gobierno, pero que casi 500 días después sigue sin ser certera.
Lo mejor, lo único rescatable, sucedió al final. Una parte de la clase trabajadora dijo basta y los enfrentó: los echó de su propia tribuna, los hizo retirarse con sus matones cubriéndoles la espalda. Les recriminó esa tibieza con la que se subieron y tartamudearon frente a 200.000 de los suyos.
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