Donde habita el miedo no puede haber paz

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Hay dos grandes fuerzas universales: el amor y el miedo, y de ellas derivan todas las demás fuerzas, sentimientos, impulsos. De ahí que todo lo que hagamos contendrá una u otra o ambas fuerzas a la vez, pero una primará sobre la otra, y es esa la que ganará, atrayendo lo semejante a ella, como afirma la ley de atracción, y también el refrán: cosechamos lo que sembramos.

Si exigimos que los demás estén a -lo que nosotros consideramos- nuestra «altura», ese punto impreciso pero más o menos definible por mí y por otros, aunque de maneras diferentes, ya que cada punto de vista es único e irrepetible, estamos exigiendo que sean espejos de nosotros, para vernos reflejados y no sentirnos solos, debido al miedo. Porque si los creemos por debajo o por encima de nuestras capacidades, sentiremos que en ningún caso están a nuestra altura, y ya sea jactándonos de nuestra superioridad y desdeñándolos o, envidiando sus ventajas mientras les guardamos rencor, nos sentiremos solos de todos modos.

Conviene dar de nosotros lo mejor y punto, dejar ya de compararnos con los que pensamos que están por debajo de nosotros y con los que creemos que nos superan. Abandonar la comparación, y en su lugar, observar lo que sentimos. Si sentimos soledad, nos ayudará recordar que no estamos solos, porque están ellos, los que nos acompañan al elegirnos como amigos, compañeros, ellos son los receptores de lo que hacemos con amor, y así como reciben ese amor de nuestra parte, emiten amor en respuesta y lo dirigen hacia nosotros, en agradecimiento por lo que al fin y al cabo hicimos para ellos, y entonces ya no debe importarnos competir, porque ese no era nuestro objetivo principal, y sí lo es el hecho de compartir lo que hacemos, como una ofrenda, sin condiciones, porque lo que elaboramos con amor es amor en sí mismo, y el amor no tiene forma, entonces no se puede definir, nuestro amor es el mismo que el de nuestros seres queridos. Y así, sabemos que no es posible encontrarnos por encima ni debajo de nadie, que todos somos especiales, y que nadie es prescindible.

Juan Pablo González

@Hadonauta