Hipólito Yrigoyen: cien años después

0

Hoy hace cien años que don Hipólito Yrigoyen asumió por primera vez la presidencia de la Nación. Fue la culminación de un proceso que arrancó en 1890 con la Revolución del Parque y que continuó, al año siguiente, con el nacimiento de la UCR. Fue también el resultado de una negociación entre Yrigoyen y Roque Sáenz Peña, iniciada en 1910 y que culminó con la promulgación de la ley electoral que impuso el voto universal, secreto y obligatorio.

Aquel 12 de octubre de 1916, a las dos de la tarde, el nuevo presidente debe jurar ante la Asamblea Legislativa y luego, en un carruaje tirado por caballos, debe recorrer la avenida de Mayo hasta la Casa Rosada.

Para recordar lo que pasó aquella tarde de 1916, nada mejor que echar mano a don Manuel Gálvez: «A las doce, los agentes de policía tienden cuerdas en las aceras para mantener libres las calzadas, y en algunos tramos las fuerzas del Ejército deben contener a la multitud. A pesar de que a esa hora ya no cabe una persona más en la avenida, siguen llegando olas humanas.

Las dos vastas plazas, la del Congreso y la de Mayo, están literalmente abarrotadas de gente. Imposible dar un paso ni moverse. Los canteros han desaparecido bajo los pies de la multitud. En cada árbol, en cada columna de alumbrado, se aglomeran los hombres en apretados racimos. Se amontona la gente en los balcones -no hay ni uno vacío ni a medio llenar-, en las cornisas, en las azoteas y en los techos de los automóviles ubicados en las calles transversales.

En el Congreso, ante las dos cámaras, Hipólito Yrigoyen va a jurar. Viste protocolar: frac y galera alta. Toda la asistencia aplaude, inclusos sus enemigos. Seduce extrañamente aquel hombre sencillo, de exterior simpático, noble, bondadoso, que carece de empaque y solemnidad; que tiene un modesto origen y que, él solo entre los presidentes argentinos, ha sido elegido por el pueblo.

Hipólito Yrigoyen, presidente de la República, ha comenzado a descender por la teatral escalinata del Congreso. Espectáculo sensacional. Las cien mil personas que llenan la doble plaza del congreso, las azoteas, los balcones, prorrumpen en una enorme algarabía de vítores y aplausos. Las mujeres desde los balcones saludan con sus pañuelos. Hay lágrimas en muchos ojos.

Entre la emoción unánime y la frenética gritería, va bajando don Hipólito las escalinatas; es el nieto del fusilado de Concepción, el excomisario de Balvanera, el desterrado del 93, el Apóstol de la Democracia. ­Nunca se ha visto entusiasmo igual en Buenos Aires!

La multitud parece enloquecida; y cuando el Presidente llega a la acera, sube a la carroza de gala.

Hipólito Yrigoyen, va de pie, con el vicepresidente y los dos más altos jefes del Ejército y la Armada; saluda con la cabeza y con los brazos. Pero hay que partir, y la policía se dispone a abrir la calle. Yrigoyen hace un gesto con la mano y ordena que dejen libre a la multitud».