La Menesunda según Marta Minujín

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El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, dependiente del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, tiene el agrado de anunciar la inauguración de La Menesunda según Marta Minujín el próximo jueves 8 de octubre a las 18 h. en Avenida San Juan 350.

Cincuenta años después de la histórica ambientación que Marta Minujín realizó junto a Rubén Santantonín en mayo de 1965 en el Centro de Artes Visuales del Instituto Torcuato Di Tella, el Moderno se convierte en escenario y testigo de una reconstrucción fiel que se desplegará dentro de un espacio de 400 metros cuadrados en el primer piso del Museo.

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La Menesunda -«mezcla», «confusión», en lunfardo- consistía en una estructura laberíntica que incluía un recorrido por once situaciones y se organizaba a partir de una secuencia de espacios cúbicos, poliédricos, triangulares y circulares, recubiertos por diferentes materiales, que generaban estímulos multisensoriales en el visitante.

La Menesunda según Marta Minujín recupera en la actualidad el conjunto de relaciones materiales, sensoriales y simbólicas que hicieron posible su existencia en 1965. Fue una experiencia de ruptura respecto a los lenguajes visuales de la década. Durante medio siglo se fue cargando de múltiples significaciones y relecturas, hasta transformarse en una obra central del imaginario cultural argentino. Hoy, el Moderno propone una experiencia que apunta a repensar la carga legendaria depositada en la obra original. De esta manera, la reconstrucción realizada en 2015 invita a hacer nuevas lecturas del pasado, pero también despierta reflexiones y sensaciones en un contexto contemporáneo.

Como se lee en el texto curatorial de la exposición: «La Menesunda era, decididamente, una provocación; su objetivo, sacar a la gente del estupor de la vida cotidiana y obligarla a enfrentarse a esa cotidianeidad representada por objetos en extremo familiares, para abrir nuevas lecturas».

Realizada en 1965 con la colaboración de los artistas Pablo Suárez, David Lamelas, Rodolfo Prayón, Floreal Amor y Leopoldo Maler, La Menesunda -según dijeron sus creadores- no era obra ni happening, tampoco espectáculo. Era pura experiencia y provocación. Un proyecto de una magnitud descomunal que se convertiría en el escándalo del año, pero también en uno de los grandes hitos de la historia del arte argentino.

Como declaró Minujín, ícono del arte de vanguardia de la Argentina en la década del 60 y acérrima cuestionadora de las normas y modalidades establecidas del arte: “La Menesunda fue un hecho histórico. Miles de personas fueron en aquel momento, revolucionó todo Buenos Aires. Era un recorrido a través de situaciones que buscaban sorprender y sensibilizar al espectador para ser participante”.

A La Menesunda se ingresaba a través de una alargada figura humana. El visitante debía subir una empinada escalera para encontrarse con el primero de los ambientes donde había una serie de televisores, de los cuales dos reproducían la imagen del visitante en circuito cerrado y otros cinco emitían imágenes de programas de televisión abierta. Este espacio resumía la naturaleza del resto del recorrido. La presencia de los aparatos de T.V., incipientes miembros de la gran familia argentina, y la posibilidad para muchos de ver aparecer su imagen por primera vez en una pantalla plantean una serie de cuestiones que aparecerán en forma recurrente en la obra: el avance desaforado y el uso doméstico de la tecnología y los medios de comunicación. Luego, el participante debía optar por bajar hacia un túnel de neón, o continuar al siguiente espacio, donde encontraría una pareja que reposaba en paños menores en una cama. El camino continuaba hacia el interior de una enorme cabeza de mujer. Allí, una maquilladora profesional y una masajista ofrecían sus servicios. Otro espacio, un angosto pasillo de paredes recubiertas por enormes “intestinos”, tenía un techo que se hacía más bajo a medida que el espectador avanzaba, hasta desembocar en un orificio por el cual se podía contemplar una serie de escenas de películas de Ingmar Bergman. En otra instancia, un breve tránsito por una heladera con temperaturas bajo cero y un intenso olor a dentista conducía a un pasillo ocupado por diversas formas y texturas que los transeúntes no tenían manera de evitar. Finalmente se llegaba a una habitación octogonal con paredes de espejos y olor a fritura, en cuyo centro se ubicaba una cabina de acrílico transparente, desde la cual se activaban luces negras y ventiladores que provocaban un torbellino de papel picado que acompañaría a los visitantes durante el trayecto de vuelta a su hogar.

La obra apareció en el circuito del arte argentino como una exposición inusual, que arrastró tanto escándalo mediático como éxito masivo. Los visitantes esperaban hasta tres o cuatro horas en la calle Florida para ingresar a la exposición. La prensa rioplatense recogió por entonces epítetos como «tontería», «estupidez» (La Gaceta), «lamentable» (La Nación), «enervante» (La Prensa), mientras que sus creadores fueron adjetivados de «locos», «sinvergüenzas», sin omitir un «sentimos que nos han tomado el pelo descaradamente» (Careo).

En contraste con la burla irónica de los medios, el potencial crítico de esta obra se encontraba en su capacidad para romper con los límites establecidos por una sociedad aún conservadora, desdibujando los contornos del objeto, para reemplazarlo por una obra de arte total, que apelaba a todos los sentidos del participante, interpelándolo y provocándolo con imágenes de la intimidad de los hogares argentinos y de su cotidianeidad, apuntando a su voluntad para romper con las antiguas restricciones.

«El enrevesado laberinto confrontaba, incomodaba, sorprendía y zarandeaba a todo aquel que osara traspasar su umbral. Sacudiendo al espectador de su habitual pasividad y sumergiéndolo en un agitado revoltijo, la obra confundía la cotidianeidad doméstica con el bullicio de las calles del centro y el más reciente de los lenguajes de la vanguardia, todo en una misma sala», según la lectura de Sofía Dourron, integrante del área de Curaduría del Moderno y autora de textos del catálogo de la exposición.

La Menesunda se presenta como testimonio cultural de una década de renovación absoluta en los lenguajes artísticos, los modos de circulación y legitimación de las producciones de los artistas, y también las maneras en que los nuevos públicos consumieron y procesaron las obras de la vanguardia. «Luego de dos semanas, la pieza se desintegró, y su rastro quedó sólo en los diarios y en el cuerpo de aquellos que la transitaron. La Menesunda fue, no tanto un punto de partida, sino el cierre de un capítulo que abre la puerta al siguiente episodio de la historia del arte argentino», concluye Dourron.

El proyecto de reconstrucción de La Menesunda -realizado a partir de documentación, fotografías, videos, notas de prensa, material audiovisual y testimonios de los artistas que colaboraron con Minujín y Santantonín en la pieza original de 1965- implicó un trabajo conjunto de los departamentos de Curaduría, Diseño y Producción de Exposiciones, y Conservación del Museo, junto a Marta Minujín, quien acompañó cada etapa de su desarrollo. El hecho de contar con la presencia de la artista hizo posible este gran proyecto. También se trabajó junto a un equipo de especialistas contratados para la ocasión, incluido el arquitecto Fernando Manzone.

Quienes visiten la exposición La Menesunda según Marta Minujín, también podrán recorrer las otras salas del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, donde se exhiben actualmente: La paradoja en el centro. Colección del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires: Ritmos de la materia en el arte argentino de los años 60; Marina De Caro. Contra la gravedad; y Sala Dr. Ignacio Pirovano: Episodios del Arte Moderno.

La exposición La Menesunda según Marta Minujín se podrá visitar en Avenida San Juan 350, de martes a domingos y feriados de 12 a 18 h. Entrada general: $20. Martes gratis.

Notas a tener en cuenta: la sala tendrá una capacidad limitada, por lo tanto el ingreso será por orden de llegada. Debido a la existencia de espacios restringidos y a la compleja circulación, la obra no es apta para menores de 16 años, personas que sufren claustrofobia, con insuficiencia cardíaca y/o con movilidad reducida. Tampoco podrán ingresar a la sala personas con tacos o zapatos en punta.