¿Por qué el “Sí quiero” de la novia no es necesario en el matrimonio musulmán?

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La pregunta resulta inconcebible para los occidentales. No obstante, alude a una situación verdadera. En este caso, Boko Haram ha logrado exponer al mundo esta cruel realidad: luego de que el gobierno nigeriano vendiera durante varios días la inminente liberación de las 200 niñas secuestradas, el líder del movimiento terrorista afirmó que las raptadas están casadas con musulmanes -después de haberse convertido al islam- y que no serán devueltas a sus familias.

La pretendida conversión al islam de las adolescentes no era necesaria. La supremacía del varón sobre la mujer explica que un musulmán puede casarse con una cristiana o con una judía, mientras que una musulmana no está autorizada a casarse con un cristiano. Tampoco es un obstáculo la edad de las chicas raptadas, ya que el islam permite el matrimonio con menores de edad. Para muchas escuelas islámicas, la unión es legítima incluso antes de que la novia alcance la pubertad.

La doctrina general del islam establece que el matrimonio es un contrato legal entre el novio y el custodio de la novia (el “wali”), que es normalmente su progenitor o el padre de este. El sí de la novia se da por descontado. En muchos ambientes musulmanes, si la joven tiene reparos respecto a la elección acordada por las familias es mejor que no lo exteriorice.

Por el contrario, sí supone un serio inconveniente, para la pureza doctrinal que pregona el movimiento islamista nigeriano, el hecho de que las niñas hayan sido dadas en matrimonio sin contar con el visto bueno de sus padres o abuelos. Pues aún si la novia es virgen, el casamiento puede llevarse a cabo en contra de su voluntad expresa.

Una de las escuelas islámicas más importantes, la Hanafi, sostiene que además del acuerdo del custodio se precisa el sí de la novia, aunque ese tipo de voluntad libre es difícil de limpiar de escorias en las sociedades rurales, donde llevar la contraria a la familia puede tener consecuencias graves. Por estas razones, a la desafortunada niña no hace falta pedirle permiso para unirla en sagradas nupcias. Su silencio es su permiso.