Otro año, sin Pugliese

0

«El país, desde el punto de vista de una política cultural, ha sufrido muchos tropiezos, porque hay una política destinada a aplastar todos los rasgos nacionales de nuestra cultura popular». O. Pugliese

Nació un  2 de diciembre de 1905 en el barrio porteño de Villa Crespo y fue uno de los grandes representantes del tango milonguero, popular. Perteneció a una familia de músicos, aunque de chico se resistió  a seguir la tradición familiar.

Era 1918, ya había dejado la escuela primaria para trabajar como gráfico de imprenta. En todo caso, el joven Pugliese prefería «rascar» la guitarra y el bandoneón de oído, junto a sus amigos. Pero pronto, su padre finalmente lo convenció de tomar clases con el maestro Antonio D’Agostino.

Desde entonces, su carrera fue imparable. Llegaron los primeros tangos («Recuerdo», «Retoños»), el primer trabajo de músico (en «Café de la Chancha»), su primer sexteto (con Pedro Maffia), hasta su primera orquesta definitiva, en 1939. Pero no se trató de una recta ascendente, sino más bien sinuosa. Tanto, que con la aparición del cine sonoro y la gran crisis del año 1929, la desocupación los empujó a muchos de su profesión a formar un sindicato de música popular.

La primera huelga no tardó en llegar. Sus recuerdos de aquellos días dan cuenta de su militancia también partidaria. Las recurrentes alusiones a las condiciones de trabajo «feudales» que sufrían los músicos lo asocian al lenguaje utilizado por entonces al Partido Comunista, al cual se afilió en 1936, lo que le trajo en los años 40 y 50 no pocos problemas, censuras y días de cárcel.

Crítico de las políticas culturales de las dictaduras de los 60 y 70, de los organismos como SADAIC, pero optimista en cuanto al futuro del tango, logró en 1985, ya en época democrática, el acceso con su orquesta al escenario del Teatro Colón.

Compuso más de un centenar de tangos. La Yumba fue el más famoso, un escalón por encima de, por ejemplo, El encopao, Negracha, y Malandraca.

La muerte le encontró al Maestro a sus 89 años, rodeado de su hija Beba, parientes, amigos y admiradores que hasta último momento, aún en los más delicados de la agonía, esperaron en vano un milagro que evitara lo que al fin y al cabo había llegado.

Un recuerdo aún palpable.