Inundación: con un ojo en el campo

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Ante la situación de emergencia en el norte bonaerense y sur santafesino, las preguntas surgen en boca de todos “¿quién tiene la culpa?”, y los dedos acusadores plagan el horizonte. Ante este panorama, ¿cuál es el lugar del campo?, ¿sos insuficientes las obras hidráulicas?, ¿qué se debería hacer? Éstas y otras cuestiones expuestas a continuación.

La siembra directa y el monocultivo de soja

En el día de ayer el intendente de San Antonio de Areco (sur santafesino), Francisco Durañona, acusó en declaraciones a la siembra directa, responsabilizándola por las inundaciones en su distrito. A lo que la presidenta de la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa (Aapresid), María Beatriz Giraudo, respondió al instante con una rotunda negativa.

El sistema de producción se había integrado en el país hace 30 años, como una solución al problema del campo en cuanto a la sequía, dado que la siembra directa es una técnica de cultivo que no realiza alteración del suelo mediante arado. Ésto provoca, entre otras cosas que benefician al cultivo, el incremento de impermeabilización del suelo. En concreto, “la siembra directa deja los residuos de los cultivos sobre el suelo, protege al suelo del agua y excesiva temperatura y hace que la lluvia se vaya filtrando”, afirma Giraudo.

Según el ingeniero David Roggero, coordinador de la Regional Laboulaye “este sistema permite un mejor y más rápido movimiento del agua y el aire a través de los poros del suelo. Al no mover la tierra, los poros son más grandes y estables que en la agricultura tradicional.” De ésta manera, la siembra directa “fomenta la creación de pequeños canales internos en el  suelo por acción de insectos, lombrices, raíces y raicillas formando una especie de  ‘túneles’  que permiten la absorción e inflitración del agua de lluvia”. Queda claro que la siembra directa no tiene calidad de factor ante las inundaciones. Es más, contribuye a que las inundaciones no se produzcan (aunque reconoce que no significa una solución definitiva).

Entonces, ¿por qué el renovado ataque a este sistema? La razón parece simple, aunque poco tiene que ver con la siembra directa. Lo que muchos han remarcado es el problema del monocultivo, que acosa al país de modo crónico hace una década, casi coincidiendo con la llegada de las semillas RR, las Roundup Ready, y el apogeo de la soja.

Al respecto, Giraudo asume que “la soja consume aproximadamente 600 mm de agua en todo su ciclo, por lo tanto, mucho menos de lo que llueve durante todo el año en la mayoría de los lugares que se siembra”. Acusando como responsible a las políticas públicas que han favorecido el monocultivo de soja. “Los productores lo venimos advirtiendo desde hace mucho tiempo”, afirma, añadiendo que han “pedido que se destraben las intervenciones que impiden que sembremos trigo, para poder consumir más agua y tener suelos más productivos”.

Cambio Climático y Obras

Hay algo que, a pesar de las acusaciones conjuntas, están todos de acuerdo: los ciclos climáticos que se repiten a lo largo de los años se han acentuados últimamente por los efectos del cambio climático. Aún si lo miramos como “variabilidad” o “cambio climático”, el resultado es el mismo: en muchas partes del globo están ocurriendo casos similares al que vive hoy día la Argentina. Los números apoyan la noción de que, a través de los años, la tendencia de este tipo de inundaciones se irá consolidando como un evento de carácter premanente y dinámico.

“Lamentablemente esta adversidad que presenta la naturaleza se profundiza por la falta de obras hidráulicas apropiadas (realizadas con planificación anticipada y/o haciendo mantenimiento)”, comentó Giraudo. La efectividad de las obras hidráulizas y las medidas estructurales correctivas para las cuencas deja mucho que desear, ya que se mantienen los mismos estándares hace décadas: una infraestructura principal de desagüe. La paradoja entra a operar cuando corroboramos que existen numerosas partidas presupuestarias orientadas a realizar las obras que se necesitan, pero que no obtienen el suficiente apoyo económico como para realizar mejoras sustanciales.

Si a todo ello sumamos los contínuos cambios en el uso del territorio, la ocupación (asentamientos de viviendas civiles) y la vorágine del universo inmobiliario que hace todo lo que puede por resistir a los vai venes de las presiones de la plaza, a veces incluso con la complicidad de instituciones públicas que desestiman regulaciones y normativas que (al ser respetadas) velan por la seguridad hidráulica de la urbe. En definitiva, es un modelo inviable que sólo puede terminar en un desastre tal como el que vivimos en la actualidad.

Por ello le proponemos, ávido lector, que no ceda ante las acusaciones facilistas que escuchará de boca de funcionarios, ya que, en palabras de la misma Giraudo, “es fácil buscar un culpable y desviar la atención hacia otro lado”, “por eso, cuando no se hacen las obras que corresponden, cada uno empieza por el ‘sálvese quien pueda’”.

Natán Gasparotti